14 de septiembre de 2011

SENCILLAMENTE...PACO EL CURA.

PACO EL CURA

      No conozco los apellidos ni falta que hace. Paco es el cura de la excolegiata de Santa María de Rubielos de Mora, también y por falta de vocaciones, de la parroquia de Nogueruelas y de algunas otras. Es a todas luces, un cura andariego que atiende a la feligresía de varios pueblos del maestrazgo turolense. Pero por encima de todo, Paco es un sacerdote afable, sencillo y próximo. Lo conocí el año pasado en las jornadas medievales que se celebran en esa pintoresca población, y que casi todo el mundo confunde con Mora de Rubielos. Y es que tiene guasa el asunto, llamarse igual o parecido ambas poblaciones, rivalizando entre ellas por la vecindad y supongo que también, por el nombre tendencioso a confundirlos los no muy versados en geografía escondida de carreteras principales.

      Este año intimé un poco más con Paco, el cura de Rubielos. Me invistieron  caballero en su iglesia, una belleza con forjas del siglo XIV, coro de sillería barroca  y un retablo de estilo gótico y azulejería valenciana, al que hay que echar un euro para encender la luminaria y que vale la pena, ya que te muestra la gran belleza de nuestro arte religioso, y revela con vociferantes silencios, la precariedad económica de estos pueblos perdidos en la sierra de Gúdar-Javalambre. Volviendo a Paco el cura, me emocionó su sencilla y clara pedagogía, su voluntad de reunir y aunar voluntades, sentir y hacer sentir la presencia de la iglesia, entre nobles caballeros armados hasta los dientes,  revestidos de lórigas de hierro y vestas con cruces templarias. Su naturalidad al bajar del presbiterio, para acoger con brazos abiertos a quienes se adentran en el sagrado lugar, su enconado tesón -como buen aragonés-  y garra para asesorar, ceder, trasladar e instalar todos los útiles necesarios, para la ceremonia de iniciación hasta altas horas de la madrugada. Su presencia institucional aportando el carisma y la seriedad, a una ceremonia inédita rescatada del túnel del tiempo. Su sonrisa cálida y agradecida, cuando la voz blanca de María Rodríguez de Biel y Palasí, entonaba las cantigas del Alfonso X el sabio y el Ave María desde el púlpito relicario, acompañada por música del armonio que dulcemente acariciaba las manos de Mari Carmen.

      Paco el cura es la antítesis del sacerdote aburguesado. Alejado de esa imagen desbarrada que ubica al cura en el contubernio del maestro, el médico, el alcalde, el boticario y demás fauna fáctica local. Tampoco es el inquisidor de confesionario, ni el cascarrabias que amedrenta en sus homilías dominicales a los parroquianos, hasta hacerles desertar despavoridos  de sus obligaciones como creyentes laicos. Los tiempos han cambiado mucho y casi ninguno ejerce de epicentro de la vida social. Como la agricultura ha muerto, la gente ha huido despavorida de la oración clásica y los preceptos eclesiales, ya ni siquiera se cumplen los ciclos naturales de la siembra y la cosecha. No se mira al cielo para pedir la lluvia o imprecar y conjurar el desastre de la tormenta. Ahora las tormentas son sicológicamente íntimas, silenciosas, personales y familiares, y tan devastadoras o más que el pedrisco. Para nuestra desgracia, el cura hoy, es una cita en el calendario vital: nacimientos, comuniones, bodas y despedidas a la tumba.  Y debería ser mucho más, pues son depositarios de un carisma que puede hacer un gran bien social. Eso sí, si esa sociedad acongojada se deja, y no está el horno para bollos, por lo que es una verdadera lástima.

      Pienso que Paco el cura es consciente de todo eso, y busca afanosamente esa proximidad ante la indiferencia social generalizada. Y utiliza sus armas, las pocas que tiene o que le dejan. Y las usa con meridiano éxito, pues no conozco a ninguno que no hable de Paco el cura con afecto y simpatía, al menos ya tiene algo ganado. No tenía pensado escribir sobre el tema, suele interpretarse mal por quienes en franca apostasía, confunden religión y cultura, las mezclan en un cóctel amable y edulcorado, lanzándolo envenenado contra los cimientos de la fe, con profusa munición. Y de eso el clero sabe mucho, y huye como alma que busca el diablo, nunca mejor dicho. Pero se me da que Paco el cura, con ese aire campechano, es algo más que un confesor de beatas y dispensador de pasaportes a la eternidad. Y querría echarle gasolina al depósito de su moral que siempre viene bien, máxime en pueblos deprimidos por la demografía, muertos en el crudo invierno y exasperantes, quizás demasiado bulliciosos en el verano del retorno al solar vacacional o familiar.

      Siempre hay lugar para la esperanza, y de ese ejército de recreación medieval, pueden salir mañana más almas que intuyan a Paco el cura, coger su coche en la fría y nevada mañana de invierno para asistir a un feligrés del pueblo vecino, que le necesita para recauchutar su fe. O reconocerle, como notario de esos pueblos hoy turísticos, ayer abandonados y desvencijados, que gritan poder recuperar su tiempo y revalorizar su historia. Y ahí está Paco el cura, en su sencilla catequesis pregonando que Cristo vive a quien le quiera escuchar. Recorriendo calles desiertas y malas carreteras, desafiando los crudos inviernos que en Teruel no son moco de pavo. Reconfortando con los sacramentos, o al menos dando consuelo a quien lo necesita, ejercitando una vocación antigua, que a día de hoy se me antoja de héroes. Dispuesto siempre, mientras quede un feligrés que le requiera, y su fe en Dios, en ese espacio de eternos silencios que ocupa, no le abandone. Mientras tanto, él sabe que una encomienda de caballeros templarios le quiere, que digo, le adora; y solo hace falta proclamar al viento una épica y auxiliadora llamada, para acudir en moderna cruzada, toda la tropa en su auxilio. Amor, con amor se paga. 



VICENT ALBARO